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Tribuna abierta

Sudáfrica revive la pesadilla del racismo en el rugby

©Getty Images para WR.

Es evidente que la cuestión del apartheid en Sudáfrica es un tema que se perdona pero que no se olvida. Siempre hay algo o alguien que atraviesa esa delgada línea y hace que resurjan los fantasmas del pasado sobre un modo de convivir en el que la minoría blanca, que no representaba ni representa en la actualidad al diez por ciento de la nación, despojó al resto de cualquier derecho fundamental recogido en una Constitución de un país democrático. El rugby no ha sido ajeno a esta polémica y en esta ocasión el señalado es uno de los iconos mediáticos de los Springboks: Ethen Etzebeth. Cada vez que hay una cita mundialista Sudáfrica se ve obligada a realizar la prueba del algodón y a sacudirse los prejuicios racistas. El paso del tiempo ayuda, pero tampoco es la única solución para que las heridas cicatricen sin dejar marcas.

Costó, y mucho, levantar el veto a un país como Sudáfrica que estuvo aislado a nivel deportivo de las competiciones internacionales durante décadas por su política de apartheid. El Mundial de rugby 1995 rompió muchas barreras. Aun así, la selección emitía señales inequívocas de que quedaba mucho por hacer. En el equipo sólo había un jugador de color (Chester Williams) que en modo alguno representaba la proporcionalidad real entre negros y blancos. La “nación del arcoíris” que proclamaba Nelson Mandela comenzaba a dar sus primeros pasos. El camino nunca fue fácil porque el white power (poder blanco) nunca fue desalojado en la medida que hubiera sido necesaria de las altas instancias del rugby a nivel nacional. 

Cuando Sudáfrica ganó en París su segunda Copa del Mundo el único jugador de color en el equipo titular fue Bryan Habana. Habían pasado doce años desde aquella victoria frente a los All Blacks y las cosas seguían igual. De ahí que la Unión Sudafricana de Rugby  diseñara un plan estratégico que abordaba la conflictiva cuestión de la inclusión racial en el que preveía que en un plazo de cinco años todos los equipos nacionales debían estar integrados por un 50 por ciento de jugadores no blancos y que de ese 50 por ciento al menos dos tercios debían ser negros africanos. Así las cosas los Springboks debían de tener como mínimo siete jugadores no blancos en la convocatoria de la Copa del Mundo, de los que cinco debían de estar en todo momento en el terreno de juego.  

La elección de los hombres para disputar la Copa del Mundo de 2011 tampoco fue pacífica y eso que el seleccionador Peter de Villiers era un hombre de color. Desde diversos ámbitos políticos e institucionales se le sugirió cuál debía ser la cuota de jugadores no blancos que tendría que incluir en el combinado que iba a ir a tratar de reconquista la Ellis Cup para contentar a todos. No cedió y le salió muy caro. Ahora, sin embargo, su voz se ha dejado oír y con bastante fuerza. De Villiers ha sido rotundo a la hora anunciar públicamente que no apoyará a la selección que dirigió entre 2008 y 2011. “Las denuncias por temas de racismo las tomo como algo personal porque si usas palabras racistas contra un mendigo en plena calle también puedes usarlas fácilmente contra mí”, ha sentenciado.

La denuncia de racismo en la que se ha visto involucrada una estrella del rugby nacional amenaza con llenar las páginas de los periódicos como ocurrió con el caso del atleta paralímpico  Oscar Pistorius. Y  eso que sólo se trata de una supuesta pelea en un bar sin una víctima mortal aspirante a modelo famosa, pero con el aderezo de tics racistas en un país especialmente sensibilizado con el tema. Hasta ahora la hoja de servicios de Eben Etzebeth dentro y fuera del mundo del rugby estaba inmaculada. Se trata de un tipo de más de dos metros y con cerca de 120 kilos de peso a quien las camisetas por la parte de los bíceps le entran con calzador. Ese aspecto físico hace dudar a muchos de que alguien se atreva a increparle en plena calle, sobre todo en un país donde es de sobra conocido. 

Como la mayoría de los delanteros que juega con los Sprinboks es un tipo duro. Nada que ver con la violencia con la que se empleó en más de una ocasión su antecesor en la selección Bakkies Botha, Su figura de deportista ejemplar se ha empezado a derretir como el hielo en pleno invierno austral. Todo ocurrió muy rápido. Fue en la noche del 25 de agosto en una pequeña localidad situada a unos 150 kilómetros al norte de Ciudad del Cabo y de nombre Langebaan. Los testimonios de lo que allí ocurrió difieren sustancialmente según quien los relate. Lo curioso del caso es que antes de cerrar cualquier tipo de investigación el seleccionador de Suráfrica, Rassie Erasmus, decidió que viajara a Japón para disputar el Mundial y que el capitán de su equipo en los Stormers y en la selección Suráfrica, Siya Kolisi, no haya abierto la boca. Y resulta chocante porque Kolysi es, además del primer capitán de color en los Springboks, un jugador muy comprometido desde siempre con los de su raza. 

Los que acusan a Etzebeth afirman sin ambages que vieron cómo la estrella surafricana agredía a la salida de un pub  a un mendigo de color de 42 años propinándole varios golpes en la cara con una pistola. A la agresión le siguió un chorreo de insultos racistas por parte del jugador y de las personas que le acompañaban. La versión del springbok es radicalmente opuesta. De hecho, asegura que él y sus amigos fueron las víctimas y que su intervención se limitó a apaciguar los ánimos. Como todos en esta historia dice que tiene testigos que corroboran su versión. 

Etzebeth piensa llegar hasta el final. Ya ha recurrido la decisión ante los tribunales de justicia para que su caso sea visto fuera de los denominados tribunales de igualdad, que resuelven los conflictos raciales en el país. Niega con vehemencia que ni él ni ninguna de las personas que le acompañaba aquella noche, entre las que se encontraba su novia, un hermano y un primo, agrediera a nadie y menos con una pistola. En su contra tiene al representante legal de la Comisión de Derechos Humanos de Sudáfrica, Buang Jones, que parece ir a por todas en un caso que puede resultar ejemplar para evitar que la chispa del racismo prenda otra vez en el país por culpa de un incidente aislado. 

Jones, que afirma disponer de testimonios y vídeos que vendrían a demostrar la conducta delictiva de Etzebeth, argumenta que el deportista empleó palabras despectivas hacia los negros que ahora están prohibidas en el país y que se debe dar ejemplo. Por ello pretende imputar a una persona que, según él, es reincidente en este tipo de conductas, un delito que va desde la incitación al odio que puede conducir a otro de intento de homicidio. Los supuestos agredidos, que se autodenominan “Los cuatro de Langebaan”, reclaman una indemnización de más de 60.000 euros por los daños ocasionados y que el delantero de la franquicia de los Stormers con base en Ciudad del Cabo, se disculpe públicamente y que se someta a cuidados médicos que sirvan para ayudar a controlar su ira y evitar que reincida en ese tipo de conductas. Ya de propina exige que realice trabajos en beneficio de la comunidad. 

Mientras, el jugador proclama a los cuatro vientos su inocencia a través de Facebook en su condición de “embajador” de la “hermosa” nación arcoíris a la que se refería Mandela tras la conculcación del apartheid. Nadie lo ha planteado aun, pero la serie televisiva sobre el caso está al caer. De momento, el jugador sigue en Japón porque la Comisión de Derechos Humanos de Suráfrica ha sido muy clara al respecto: “No existe ninguna orden para que el señor Etzebeth regrese, queremos que juegue y que los Springboks nos traigan esa copa”.

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