El orgullo Springbok estaba en juego el domingo pasado. Habían pasado cuatro desde aquel fatídico partido en que los sudafricanos fueron apeados del Mundial de Francia por unos correosos japoneses. Después de más de diez fases, los rojiblancos movieron rápido el balón al otro lado del campo y posaron el balón tras la línea de marca. Más que un ensayo aquello supuso una humillación para un país donde el rugby es el deporte nacional. En casa de los japoneses, Sudáfrica esta vez no iba a hacer prisioneros. Lo demostró con un maul que desde que se monta hasta que finaliza en ensayo no pasa ni un minuto y sirve para atajar las críticas que siempre arrecian contra una selección que ha sido dos veces campeona del mundo por priorizar el contacto a la belleza plástica. Japón sabe de la proeza de sus hombres como lo sabe también una de sus estrellas Lomano Lemeki, un tongano que se crío en Nueva Zelanda pero que juega con la selección nipona, cuando dijo: “tenemos que poder construir sobre lo que hemos hecho porque el cielo es el límite”
Sudáfrica dejó bien claras sus intenciones desde el principio. En menos de 300 segundos Faf de Klerk vio que con una salida limpia de balón en una melé el lado ciego de los japoneses era vulnerable. Así que el ala Makazole Mapimpi no tuvo más que chocar contra su oponente, que aún pensaba que estaba jugando un tocata en un entrenamiento, derribarlo como si fuera un bolo, y salir disparado hacia la línea de marca. Japón sintió un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo y Sudáfrica empezaba a despertarse de la pesadilla que ya duraba demasiado tiempo.
Algo ocurrió en el minuto 20 de partido que pudo cambiarlo todo. De repente los japoneses se abrazaban y proferían grito de ánimo al tiempo que público se levantaba de sus asientos y agitaba sus banderas niponas. Todo era muy raro. El marcador seguía a cero para los locales. ¿Qué había ocurrido?, pues que Japón había sacado por empuje un golpe de castigo en un melé con introducción sudafricana. Es cierto que allí faltaba Ntawarira, que acababa de ver una tarjeta amarilla y Siya Kolisi que tuvo que salir para que entrara a empujar otro pilier. Los escalofríos mutaron a los cuerpos de los Springboks. El marcador se puso favorable sólo por dos puntos a los de verde y oro y así estuvo durante muchos minutos.
Si algo ha caracterizado a lo largo de su historia al rugby de Sudáfrica es, salvo raras excepciones, su ausencia intencionada de virtuosismos. Entre condición física y condición técnica la batalla acababa resolviéndose en un gimnasio levantando pesas. Brazos musculados, espaldas amplias y piernas robustas eran las señas de identidad de una selección siempre acostumbrada a tratar de arrollar al rival en vez de esquivarle para llegar a la línea de marca. Sólo un equipo de Super Rugby como los Lions ha tratado de invertir la fórmula. Por cierto, con bastante éxito porque llegaron dos veces a la final. Ni por esas. Desaprovechar la corpulencia de sus delanteros era como renunciar a más de un siglo de historia.
Con unos delanteros motivados De Klerk se inclinó por dejar huérfana de balones muchas veces a su línea de tres cuartos donde su zaguero Willie Le Roux y su primer centro Damian de Allende tampoco era que tuviesen un día especialmente atinado. El juego se hizo poco vistoso para el público pero eficaz para la selección dos veces campeona del mundo. El objetivo de ganar se convirtió en un imperativo, así que todo se tradujo al manual del rugby físico, esto es, empujar cuando se tiene el balón sin abrirlo a la mano y placar con dureza cuando se defiende. Dicho y hecho. Tres golpes de castigo en la disputa de balones entre delanteros provocaron otros tantos golpes de castigo que trasformados por Handré Pollard llevaron a Sudáfrica a una ventaja superior a la de un ensayo transformado.
Con esa tranquilidad los sudafricanos montaron un maul antológico, de estos que hay que enseñar en cualquier escuela para que los niños lo aprendan a hacer. Por causas que sólo conoce el entrenador la ausencia de Malcolm Marx es éste o cualquier otro partido se hace incomprensible. Fue salir al campo y comenzar a fraguarse una jugada que Marx y De klerk repitieron en numerosas ocasiones cuando ambos jugaban en los Lions. De hecho, el talonador ahora suplente en los Springboks lleva 175 puntos en su carrera profesional entre su equipo (150) y la selección (25) y eso que acaba de cumplir un cuarto de siglo de vida. La mayoría de esos puntos fueron ensayos llevando Marx el balón en un maul.
Con esos mimbres Marx recibió la orden de De Klerk se enviar el balón que iba a sacar en la touch a Lood de Jager todo un seguro de vida en esa fase de juego. La plataforma se montó en muy poco tiempo mientras el balón iba pasando de manos hasta llegar a las del lanzador de la touch. La orden de empujar proferida por el medio de melé fue acatada sin rechistar. En realidad era lo que querían oír. La apisonadora se puso en marcha con su motor diésel y, como si fuera el caballo de Atila, por donde pasaban no volvía a crecer la yerba. Para la épica sólo faltaba el frío para poder ver el humo blanco que transpiran los jugadores cuando el ejercicio físico es máximo.
Una vez arrancada la apisonadora sólo un error humano podía detenerla. Los escalofríos de los japoneses se convirtieron esta vez en una tiritona que ni con varias mantas se les iba a pasar. Sudáfrica estaba en su salsa. Había vuelto a sus orígenes. Se estaba cocinando el ensayo a fuego lento. Allí había ocho tipos fornidos, que entre todos pesaban más de 900 kilos empujando, con una intensidad descomunal. Frente a ellos 868 kilos. Ningún japonés se lo puso fácil. Ni a ellos ni a nadie le gusta recular pero la marabunta no levantaba el pie del acelerador. Orgullo africano contra casta nipona. Espectáculo, y del bueno. En esa jugada hubo vencedores pero no vencidos porque todos eran jugadores de rugby dispuestos a dejarse el alma hasta el final. Valores, que dirían los más nostálgicos.
El caso es que una vez el balón en poder de De Jager el maul empezó a avanzar serpenteando de derecha a izquierda. Atravesado el centro de campo Vermeulen, Etzebeth y De Jager hacían de avanzadilla del rodillo springook. Una especie de línea Maginot. De Klerk ya no gritaba a sus hombres, sólo les indicaba cómo debían moverse. A la orden del medio de melé, y cruzada ya la línea de 22, los otros dos terceras Kolisy y Du Toit se desprendieron del maul llevando tras de sí a Marx. El resto fue coser y cantar. El talonador fijó, chocó y pasó al adversario que se le pudo en medio y el rubio medio melé sólo tuvo que correr cinco metros antes de la lanzarse a la línea de ensayo. Todo en 50 segundos. Puro espectáculo.