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Internacional

Folau, un pésimo ejemplo

Por Íñigo Corral

“Borrachos, homosexuales, adúlteros, mentirosos, fornicadores, ladrones, ateos e idólatras; el infierno os espera». Esta frase que rezuma homofobia por los cuatro costados ha generado una polémica en Australia porque la ha pronunciado una de sus estrellas del rugby: Israel Folau. A poco menos de tres meses para que empiece la Copa del Mundo de Japón la selección wallabie está envuelta en un mar de dudas por cuestiones extradeportivas. Su jugador más carismático ha prendido la mecha de una bomba que, al estallar, lo ha hecho de lleno sobre su rostro. La religión llevada al extremo, como cualquier otra cuestión que se aleje drásticamente de la mesura, trae consigo malas consecuencias. Unas palabras tan desafortunadas para un deporte que apuesta sin ambages por la inclusión son un pésimo ejemplo que merece una respuesta ejemplarizante. 

Reprobable también la actitud del seleccionador de Tonga, Totai Kefu, (50 caps con Australia) que quiere rehabilitar al jugador deportivamente sin exigirle nada a cambio para que dispute con su país la Copa del Mundo de 2023 a disputar en Francia. Para entonces Folau tendrá 34 años pero para convencerle incluyen también en el paquete a su hermano John, que dejó voluntariamente los Warathas sin haber jugado ni un solo minuto en la franquicia que disputa el Super Rugby. La idea es que el pequeño de los Folau dispute en julio con Tonga la Copa de Naciones del Pacífico los partidos contra Samoa, Japón y Canadá. Lo que Israel pueda hacer dentro de cuatro años es una incógnita pero es un margen de tiempo considerable para pensar. 

En el recuerdo quedan las palabras del mítico capitán galés, Gareth Thomas, para describir el infierno que pasó antes de confesar su homosexualidad en 2009 cuando ya se había retirado. “Ha sido realmente difícil para mí  esconderme de quién realmente soy y no quiero que sea así para el próximo joven que quiera jugar al rugby o para cualquier otro chico asustado”, dijo en una entrevista al Daily Mail. Un lustro después recibió una brutal paliza en plena calle por ser gay. A Israel Folau, que fue nombrado mejor jugador del mundo en 2012 y 2017, le van a salir caras sus declaraciones en Instagram. No sólo su carrera deportiva pende de un hilo sino que además nadie va ingresar en su cuenta bancaria los cuatro millones de dólares que figuraban en su millonario contrato firmado hasta 2022.

El rugby, a veces, se ve sacudido por noticias groseras que en nada ayuda a reforzar sus valores. Pese a todo, la secular historia de este deporte está repleta de experiencias personales que rebosan templanza y mesura a la hora de abordarlas pero que, desgraciadamente, no acaparan luego el interés periodístico de las noticias más amarillentas.  Hace justo una década un pilar escocés de nombra Euan Murray decidió no disputar un partido trascendental por motivos religiosos. Más que  polémica, su negativa generó curiosidad. Fue a finales de 2009 cuando este jugador que llegó a enfundarse la camiseta del cardo en 40 ocasiones comunicó a su club su intención de no jugar los domingos. “Creo que la Biblia es la palabra de Dios, ¿quién soy yo para ignorar algo de ella”, arguyó dejando atónitos a más de uno.

La dilatada recuperación de una lesión sufrida en 2005 supuso un cambio radical en su vida al abrazar la religión del cristianismo aunque de una manera un tanto forzada. “Jesús dijo: si me amas cumple mis mandamientos, y hay diez mandamientos y no nueve”, sentenció un pilar que también llegó a lucir la camiseta de los British and Irish Lions durante una gira por Suráfrica  para justificar una decisión tan drástica.  Fue entonces cuando decidió abandonar los Northampton Saints, que jugaba la mayoría de sus partidos los domingos, para enrolarse con los Newcastle Falcons donde compartió vestuario con Jonny Wilkinson. Su fe hizo que se perdiera, entre otros, el partido inaugural del VI naciones de 2009 frente a Francia o que rehusara a participar en un trascendental partido contra Argentina en la Copa del Mundo de 2011. Para los curiosos añadir que los Pumas ganaron por un solo punto (13-12).

Hasta comienzos de este siglo las noticias sobre lo que acontecía en el mundo del rugby en el hemisferio sur llegaban con cuentagotas. Pero a decir verdad el caso de Murray contaba con el precedente de un jugador que lo fue todo en Nueva Zelanda: Michael Jones, un poderoso flanker apodado “Iceman” por la gran cantidad de hielo que usaba para bajar la inflamación de los golpes recibidos durante un partido. 

Durante la Copa del Mundo disputada  en su país en 1987 el hombre con 56 caps en los allblacks declinó jugar la semifinal contra Gales por motivos religiosos. Como Nueva Zelanda ganó y más tarde derrotó a la Francia de Serge Blanco y Philippe Sella en la final su decisión pasó desapercibida. Caso distinto fue lo que ocurrió en 1991 cuando por idénticos motivos rehusó jugar la semifinal contra Australia. Los de negro perdieron ante el eterno rival y ya la cosa sí tuvo consecuencias. Tan es así que Jones, uno de los mejores jugadores de su época, se vio desplazado en la convocatoria que cuatro años después Nueva Zelanda llevó a la Copa del Mundo de Suráfrica con el mítico Jonah Lomu a la cabeza. El propio jugador llegó a confesar años después los “tormentos” que le habían causado sus creencia religiosas en la práctica deportiva, si bien en verdad que nunca renunció a ellas.

Más comprensiva fue la federación neozelandesa con las convicciones de Sonny Bill Williams, un poderosísimo centro que ha jugado en casi todas las franquicias de los equipos de rugby de Nueva Zelanda y en su selección. SBW, como se le conoce en las antípodas, se convirtió al Islam en 2011 tras un proceso de recuperación de su adicción al alcohol. Fue, de hecho, el primer allblack musulmán. Ya apuntaba maneras cuando un año antes, durante una gira por Reino, pidió un trato especial con comidas que estuvieran dentro de las normas del halal (las prácticas permitidas por la religión musulmana) o de no asistir a la cena porque su religión le impedía comer entre el atardecer y el anochecer durante el ramadán.

Esa antigua adicción al alcohol y su nueva fe le sirvió como excusa para que su club, Auckland Blues, le permitiera ocultar con una especie de parche situado estratégicamente en la manga de su camiseta el logo de los patrocinadores. Y es que SBW ya había incluido una cláusula de conciencia en su contrato por la cual no estaba obligado a lucir publicidad de bancos o de empresas que se dedicaran a la venta del alcohol o al juego. La federación neozelandesa fue permisiva con Williams en los que se refiere a BZN o Investec, patrocinadores del súper rugby, ahora bien sí estuvo obligado a portar el logo de AIG al tratarse de una compañía de seguros.

El caso de Israel Folau ha traspasado lo deportivo y no parece que tenga marcha atrás. “Primero y ante todo, ahora vivo para Dios (…). Creo que sus planes para mí son mejores de lo que sea que yo puedo pensar. Si son que deje de jugar, que así sea”, comentó al periódico australiano Sydney Morning Herald. Por curioso que resulte la Alianza Evangélica Mundial cifra en más de 600 millones  el número de personas en todo el mundo que profesan una variante del protestantismo que hace, como Folau, una lectura muy particular de los evangelios. 

Al ocho inglés Billy Vunipola no se le ocurrió otra cosa que dar like al texto en Instagram del australiano y de inmediato la RFU le dejó las cosas claras: “El rugby es un deporte inclusivo y no apoyamos estos puntos de vista”, le advirtió. Hasta su club Saracens, que este año lo ha ganado todo, publicó el siguiente mensaje: “Los sarracenos se enorgullecen de la diversidad y dan una cálida bienvenida a todos al club, independientemente de su raza, género, religión y orientación sexual”.

La metedura de pata o cabezonería de Folau no es casual. Ya había sido advertido un año antes para no incidir en este tipo de mensajes homófobos a través de las redes sociales. No hizo caso y ahora la Federación Australiana de Rugby le acusa de haber cometido una violación de alto nivel de Código de Conducta de los Jugadores Profesionales. Lo próximo será un juicio por su despido en el que piensa exigir una indemnización superior a los seis millones de euros. “Ningún australiano de ninguna confesión debería ser despedido por practicar su religión”, alega en su defensa un jugador que vive en un país laico donde el 61 por ciento de sus habitantes se considera seguidor de una de las más de diez ramas del cristianismo que cohabitan en la isla.

Por Iñigo Corral, periodista

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