En esta previa del VI Naciones se ha hablado demasiado de Irlanda. Y se ha hecho de forma entusiasta, casi eufórica, e inversamente proporcional a lo que se ha hablado de Inglaterra. Es tan cierto que los del trébol llegaban de ganar un Grand Slam, de tumbar a los All Blacks y de cuadrar un año casi perfecto, como que los de la rosa aparecían en Dublín tras ganar a Sudáfrica y Australia y caer por la mínima con los neozelandeses. Un bagaje notable.
Eddie Jones, con audacia, había traspasado la presión a los irlandeses, selección propensa al fiasco en las citas mundialista, lo que les ha llevado a cuestionar su fortaleza mental para afrontar una cita tan renombrada. Y este partido inaugural ante los ingleses se vendió como el primer test serio de cara al Mundial, un duelo sintomático para marcar las verdaderas expectativas de los de Joe Schmidt en la Copa del Mundo.
Los ingleses no despliegan un rugby exuberante, puede que ni siquiera vistoso. Pero son un equipo tremendamente fiable y rocoso. Defensivamente muy trabajado y ofensivamente muy poderoso en las líneas de carreras interiores. Para el partido ante los irlandeses Jones exprimió su pizarra y apostó por lanzar patadas altas para presionar especialmente el carril de Keith Earls, de menor envergadura que un rapidísimo Jonny May. Además dio orden a Youngs y Farrell de agrupar a la defensa irlandesa por el eje con sus ball carriers (los Vunipola y Tuilagi) para luego acelerar por fuera cuando oliesen sangre. Y por ahí, por las alas, desangraron a Irlanda.
Cada ensayo inglés puede explicarse desde un error irlandés. En el primero ensayo May sacó petróleo de un error de Earls al subir en la presión. En el segundo, Daly rentabilizó la presión de Nowell a Stockdale tras una patada a su espalda de Farrell. En el tercero Slade aprovechó (probablemente saliendo de fuera de juego) otra mala subida de presión de la línea de defensa irlandesa, ya con Larmour en lugar de Earls. Y para concluir, en el cuarto el propio Slade rebañó un pase de un desafortunado Sexton en su 22 para posar el cuarto ensayo inglés en el Aviva.
Pero entender que el XV de la rosa ganó por los groseros fallos irlandeses sería un error mayúsculo porque Inglaterra vapuleó a Irlanda en todos los órdenes del juego. Laminó a los verdes en los puntos de encuentro. Descerrajó a los del trébol con sus placajes ganadores y generó una presión que produjo una enorme cantidad de errores en la línea local. Desactivó a la tercera verde, en la que ni O’Mahony, ni Van der Flyer (mejor defensivamente) ni CJ Stander pudieron demostrar su potencia. Y convirtió el partido en una agonía para los de Schmidt con una magnífica subida de línea en la presión defensiva, que cortocircuitó la conexión entre Sexton y sus centros. De nada sirvieron los ensayos de Healy y Cooley…
Sin pelotas limpias y con superioridad en el juego aéreo de los alas ingleses, Irlanda fue diluyéndose ante el disgusto de sus aficionados. Schmidt no supo cambiar el partido con los cambios, mientras que Jones mantuvo e incluso elevó, con sus relevos, la exigencia de la intensidad granítica de los suyos en cada percusión, en cada placaje, en cada pelota.
Esta Inglaterra sudafricanizada es un adversario que cuenta con una enorme virtud que en muchas ocasiones convertimos en un defecto de los rivales: anula el juego de los contrarios y provoca numerosos errores con su presión y su trabajo táctico en el juego. Sin postureo, sin brillantina, sin glamour, Inglaterra ganó a Irlanda siendo un equipo de rugby. Y de eso se trata esto.