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Copa del Mundo

Con once basta

© Richard Heathcote - World Rugby via Getty Images

Los europeos, al menos los de la zona UE, tuvieron que atrasar una hora su reloj en la madruga del sábado al domingo. Rassie Erasmus, el seleccionador de Sudafrica, se vino arriba y puso las manecillas del suyo en modo siglo XX. Es lo que se visualizó en el terreno de juego: los Springboks de toda la vida. Una especie de deja vu. Una delantera arrolladora que prescindía del juego a la mano e impedía que el balón volara dando vueltas sobre sí mismo más para que lo recepcionaran los alas o el zaguero. Fue una lucha de once sudafricanos contra quince galeses. Allí estaban cuatro espectadores de lujo dedicados a defender o atrapar los balones aéreos que les enviaban.  Y con eso les bastó. La baja de Chelsin Kolbe ni se notó.

 Ocho delanteros, dos medios que pateaban sin cesar para jugar en campo contrario  y un primer centro rompedor en la búsqueda constante de la línea de ventaja era la receta mágica que surtió el efecto deseado desechando de raíz la posibilidad de ver el espéctualo de la otra semifinal. Damian de Allende fue el encargado de desempeñar este rol. Incluso el ensayo llegó de esta manera. Con sólo once jugadores atacando  a los galeses los Springboks han llegado a la final. Esa táctica supuso un desgaste brutal y de ahí que Sudáfrica cambiara a los largo del encuentro sus dos primeras líneas completas y a su capitán.

Inglaterra jugó a algo parecido pero más ambicioso porque involucraba en juego a toda la línea de tres cuartos. Ahí emergió imperial la figura de Manu Tuilagi. En menos de dos minutos el centro inglés de origen samoano perforó la línea de ensayo contraria apoyando el juego de pick and go de sus delanteros. El MVP se lo llevó Itoje, en esa constante de valorar poco el trabajo de los centros aun anotando ensayos. Hasta el flanker argentino Pablo Matera alabó el  juego de Tuilgi a quien considera el mejor jugador del mundo. El equipo inglés jugó con quince y ganó a un conjunto que por la gran cantidad de apoyos que se ofrecen unos a otros parece que siempre juegan con superioridad numérica. El sábado saltarán al campo de inicio quince jugadores. Ya se verá cuantos tocan la pelota.  

Si se analiza el envite poniendo el foco en De Allende y Tuilagi, dos de los jugadores llamados a convertirse en los MVPs de esta Copa del Mundo, la cosa pinta en combate nulo. Se trata de dos portentos físicos de más de cien kilos de puro musculo y con una altura que no desentona a la de sus delanteros. Sus vidas, sin embargo, han discurrido de forma radicalmente opuesta. El sudafricano nació en una familia acomodada en Ciudad del Cabo. Su madre Beberly de Allende era una atleta conocida en Sudáfrica y fue quien le introdujo en el mundo del deporte. En una entrevista concedida a la revista GQ, De Allende confiesa ser un hincha del Liverpool desde que vio jugar a su ex capitán Steven Gerrard y que no pudo jugar al fútbol porque en su instituto sólo se podía entrenar a rugby. 

Amante también del golf, en la vida de Damian de Allende hay un hecho que en su país fue muy noticioso motivado, ¡cómo no!, por el color de su piel y sus orígenes. En la anterior Copa del Mundo de Rugby el seleccionador sudafricano Heyneke Meyer se llevó a 31 hombres. Entre ellos ocho de color, tal y como  establecían las rígidas normas de un país que no consigue olvidar los años del apartheid. El problema es que la tez morena de De Allende levantó sospechas de que pudiera ser de origen negro con lo cual la cuota de jugadores de color superaba el 30 por ciento establecido. Así de ridículo se planteó el tema 

La solución al problema, por darle un aire cómico, recuerda algo a la película “Ocho apellidos vascos” cuando Dani Rovira recita de carrerilla a Karra Elejalde (Koldo) los consabidos Zubizarreta, Igartiburu, Argiñano hasta llegar a Clemente para demostrar que era vasco. Si bien en el cine el octavo apellido era el del ex seleccionador nacional de fútbol, en el caso de Sudáfrica el primero era De Allende, un apellido de origen vasco (de la zona vizcaína de las Encartaciones), que a Koldo le hubiera gustado mucho más que el de Clemente que no es de origen vasco. La versión ofrecida por el padre del jugador sobre el origen del apellido solucionó la cuestión racial y ahora sólo sirve ahora para que en su país parte de la prensa le denomina el spanish matador. El futuro a corto plazo de Damian de Allende pasa por Japón, no solo por jugar allí la final sino también porque se ha enrolado en el equipo Panasonic Wild Knights. El dinero ha llamado a las puertas, lo mismo que les ha ocurrido a  otros compañeros de selección como Jesse Kriel y Jason Jenkins que le seguirán sus pasos pero en otros equipos. 

A Tuilagi también le llueven las ofertas para que abandone sus Leicester Tigers y se enrole en otros equipos como el Wasps o el Toulouse. Antes de llegar a la cima del éxito, sin embargo, tuvo que pasar algunas penalidades. Nacido en Samoa, donde empezó a jugar a rugby descalzo en los campos llenos de hoyos,  se trasladó a vivir a Reino Unido  cuando era menor de edad junto a su madre con un permiso de residencia de seis meses. Allí jugaban a rugby sus  hermanos mayores. Uno de ellos con los Cardiff Blues, pero Manu decidió enrolarse en la academia de los Tigers. Hasta aquí todo normal pero es que en 2010 su vida pudo haber dado un giro de 180 grados porque se libró de milagro de ser repatriado al no tener los pertinentes permisos de residencia. La suerte, o como se le quiera denominar, hizo que no se convirtiera en un jugador del montón defendiendo los colores de Samoa y bailando su danza guerrera Siva Tau al comienzo de los partidos. 

Las casualidades a veces existen. Cuando Tuilagi estaba a punto de ser deportado Inglaterra le convocó en 2009 por primera vez para jugar contra Sudáfrica. Más casualidades: ese mismo día iban a debutar también con el XV de la rosa Ben Youngs y Dan Cole. Es cierto que aquella tarde Tuilagi, con tan sólo 18 años, se salió; como lo es el hecho de que ese mismo día su abogado consiguiera retrasar in estremis su deportación. ¿Casualidad? El problema con sus papeles retrasó un año el inicio de fulgurante carrera al contrario que la de sus otros dos compañeros. Y no sólo de retrasarla, sino también de arruinarla porque en agosto de 2010 le comunicaron que su deportación iba a ser inminente.

Tuilagi siempre reza al principio de los partidos. Tal vez fue por su fe o porque era muy bueno en esto de jugar a rugby, el milagro estaba a punto de obrarse. Los hinchas del equipo de la ciudad donde se batía el cobre se movilizaron en las redes sociales y la presión que ejercieron a las autoridades políticas y judiciales fue asfixiante. Al punto de que en horas se le concedió la residencia “por su méritos deportivos y su estrecha unión con un país a través de su familia”. En septiembre de ese año se convirtió en el jugador más joven de la historia en debutar en la Premiership, un récord que años después le arrebató su compañero en la selección George Ford. 

Su carrera deportiva no ha estado exenta de polémicas. Fue expulsado de un entrenamiento con la selección de Inglaterra por “asuntos de cultura de equipo”, desdramatizó entonces la federación inglesa. Pero hay más, The Guardian publicó que Tuilagi y otros jugadores empinaron mucho el codo durante una concentración también con el XV de la rosa. Llegó incluso a enfadar a los mismos aficionados de los Tigers que dieron la cara por él para evitar su deportación. Tres puñetazos seguidos a la cara de Chris Asthon le supusieron un severo castigo que le impidió disputar la última final con la que su equipo ganó la Premiership. A Tuilagi le llega la final de la Copa del Mundo después de muchos problemas de lesiones. Llegó a probar a probar con hechicero samoano cuya teoría se basa en creencias religiosos donde los poderes curativos se transmiten de generación en generación.  El sábado De Allende o Tuilagi serán por primera vez campeones del mundo, no así sus respectivas selecciones que ya saben lo que es levantar la Ellis Cup.  

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