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Copa del Mundo

God Save the Boks

©Cameron Spencer/Getty Images. Kolbe ha sido una de las figuras de la RWC2019.

Cuando agonizaba el siglo XX la clase política intentó borrar de un plumazo cualquier vestigio de intolerancia que ella misma se había encargado de expandir. Es como si se avergonzara de mirarse al espejo y verse ya muy mayores o, como diría Joaquín Sabina, con escarcha en el pelo.  Lo hicieron derribando el muro del de Berlín hace ahora 30 años y poniendo fin un lustro después al apartheid en Sudáfrica. En Alemania las tiendas vendían como souvenirs  trozos de pared que sirvieron para aislar a la mitad de una ciudad y de un continente durante los años de la guerra fría. En el país más poderoso del contienen africano junto a Nigeria fueron los políticos los que vendieron la idea del final del supremacismo blanco que había durado casi medio siglo. El triunfo de los Springboks desempolva algunas dudas raciales que muchos creían haber dejado atrás y cuyas respuestas, seguramente, no pasarían la prueba en una máquina de la verdad.  Es sintomático que el primer capitán negro de una selección que consigue unir a 55 millones de sudafricanos fijara la vista en el cielo evocando la figura de Nelson Mandela durante la ceremonia de entrega de la Webb Ellis Cup.  El sueño de la nación arcoíris del preso número 466/64 de la cárcel de Robben Island aún no está cumplido del todo. La desigualad sigue latente en lo social, en lo político e incluso en lo deportivo.

Hay muchos gestos que delatan el riesgo de una nueva fractura en la sociedad sudafricana que se dejan entrever en el rugby y que resultan frustrantes. Basta con escuchar las palabras del seleccionador (blanco) sudafricano Russie Erasmus al término del partido. “Es nuestro privilegio dar esperanza a la gente”, dijo. No se daba golpes en el pecho por la victoria. Simplemente reflexionaba en voz alta acordándose de todos aquellos que lo están pasando mal en su país. “Presión es lo que tiene la gente en Sudáfrica porque no tiene trabajo o porque sabe que cualquier día puede ser asesinado un familiar suyo”, enfatizó Erasmus. Su discurso se asemejaba mucho al que hizo el portero de fútbol paraguayo José Luis Chilavert cuando le preguntaron si se sentía presionado porque su equipo podía pasar a cuartos de final en un Mundial: “Presión es lo que siente la gente de mi país cuando tiene que bajar todos los días a la mina para ganarse el jornal”, apostilló.

Erasmus sabía que si sus jugadores saltaban al campo más motivados que el rival tenían posibilidades de hacer historia.  Esa misma que repiten cada doce años desde 1995 y que actúa como desfibrilador para un pueblo que sufre pero que, al menos, le sirve para permanecer unido. Stronger toghether (juntos más fuertes) fue el hashtag utilizado por la Federación de Rugby Sudafricana  en su cuenta oficial de twitter.  La arenga del seleccionador no sólo fue motivadora, también aleccionadora. “El rugby no debe ser un arma de presión, sino que nos debe llenar de esperanzas. No importa si tienes diferencias política políticas o religiosas porque durante ochenta minutos estás de acuerdo en cosas en las que antes no lo estabas”, explicó a sus jugadores. El primer perjudicado de aquella charla fue el pilier inglés Kyle Syncler que sólo duró 173 segundos en el campo.  Los siguientes fueron el resto del XV de la rosa que sufrieron en sus carnes 158 placajes frente a los 97 que hicieron los ingleses. 

El privilegio al que aludía Erasmus no era una cuestión baladí. La desigualdad persiste a pesar de la desaparición del apartheid en 1994 y la llegada al poder de Mandela. Pese a que Sudáfrica está en el grupo de países del G-20, resulta curioso comprobar  que en un país rico en oro y diamantes la pobreza se puede ver y oler en la calles. No en las zonas de las grandes mansiones de población mayoritariamente blanca sino en las chabolas construidas en la periferia de las ciudades.  Aunque las políticas sociales surtieron efecto durante la época del Consejo Nacional Africano (CNA) en forma de la llegada de luz y agua a la mayoría de las viviendas, problemas como el paro o la corrupción siguen enquistados en la sociedad sudafricana.  La tasa de desempleo es mayor entre la población negra; las mujeres, sobre todo las que no son de raza blanca, tiene muy complicado acceder a puestos de responsabilidad y los índices de criminalidad son de las más altos de mundo con una media 35,8 asesinatos por cada 100.000 habitantes en 2017. A estos problemas se ha unido este año el de la sequía. En un país donde hay reconocidos  once idiomas oficiales urge lo que algunos políticos en España llaman la transversalidad. 

Con esta pesada mochila los Springboks acudieron al Mundial de Japón.  Ahora se comprende mejor a Erasmus cuando aludía al privilegio y a su capitán Siya Kolisi que sufrió en sus carnes la pobreza cuando era un niño. “La gente se gasta mucho dinero para venir a vernos jugar –explicaba el primer jugador negro en alzar la Weeb Ellis Cup– y por eso debemos dar lo mejor de nosotros mismos tanto dentro como fuera del campo”. La vida de Kolisi parece inspirada en la desgarradora historia que la Nobel de Literatura sudafricana Nadine Gordimer relata en su novela  “La historia de mi hijo”, pero con final feliz. El capitán de los Springboks es un ejemplo de progreso para la población negra y de integración para la minoría blanca. A sus 28 años tiene dos hijos propios, otros dos adoptados y está casado con una mujer blanca. Un brote verde aislado. No es de extrañar que mucha gente saliera a las calles de Johannesburgo o de otras ciudades con la camiseta en la que se podía leer “South Africa, your time is now” (Sudáfrica, tu tiempo es ahora). 

Durante el Mundial de rugby el lenguaje gestual se hizo omnipresente en cada aparición pública de los sudafricanos con mensajes de apoyo continuos a sus compatriotas. También el lenguaje verbal empleando siempre palabras o expresiones íntimamente relacionadas con el compañerismo y la solidaridad entre todos los jugadores. Esto es, se trataba de actuar acorde a la parte cantada en inglés de su himno donde se habla de permanecer siempre juntos y unidos de pie para luchar por la libertad del país. Esa labor de Erasmus para anular algunos egos es lo que Kolisi piensa que les sirvió de más ayuda. Lo importante era el equipo y no las individualidades y huir de los personalismos . “Además,  cortamos las redes sociales y empezamos a poner el corazón y el alma en el campo. Siempre estaremos agradecidos al entrenador”, añadió. 

Esa imagen de euforia por la victoria llevó a uno de los jugadores sudafricanos a desinhibirse y  ofrecer un trago de cerveza en un botellín al príncipe Harry de Inglaterra. Todo ocurrió en el vestuario de los Springboks al término del partido. El sexto miembro de la familia real británica en la línea de sucesión  fue a estrechar la mano de los vencedores. Tendai Mtawarira, “la Bestia”, hizo de anfitrión y mientras  le agradecía su gesto apareció por allí Francois de Klerk o Mbongeni Mbonambi  ataviados solo con unos patrióticos gallumbos en los que aparecía dibujada la bandera de Sudáfrica.  Con una camiseta conmemorativa de la victoria  rondaba por la zona botellín en mano  Frans Steyn  que no se lo ocurrió otra cosa que ofrecer un botellín abierto de la marca que piensa  en verde al príncipe Harry. Dudó entre hacer un feo al jugador o regirse por las normas protocolarias sabedor de que le estaban grabando. No se aprecia en todos los vídeos, pero Harry dio un pequeño sorbo a la salud de los campeones. Tampoco se percibe en todos los vídeos la cara de horror de alguno de los asistentes del príncipe por todo lo que allí estaba sucediendo. Más campechano se  mostró Lood de Jager con un brazo en cabestrillo y el otro agarrado al hombro del príncipe para que les hicieran una foto juntos.

Al margen de los aspectos sociales y políticos, en el plano deportivo queda para el recuerdo que el propio Steyn se ha convertido en su país en el segundo jugador en ganar dos mundiales o que Vincent Koch ha conseguido este año un póker muy difícil de lograr: liga inglesa, la European Rugby Champions Cup (ambas con Saracens) así como la Rugby Championship y la Copa del Mundo con los Springboks. A nivel individual, y al margen del dinero que puedan ganar a partir de ahora sus estrellas en Europa o Japón, Pieter-Steph Du Toit ha sido nombrado mejor jugador del año (un galardón conseguido anteriormente por otros dos sudafricanos como Shalck Burger o Brian Habana) , Russie Erasmus el mejor entrenador y los Springboks el mejor equipo. A medio plazo los sudafricanos tienen puesta la visa en la gira de los British & Irish Lions prevista para 2021. God save the Boks 

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