Argentina lleva lustros dando codazos para entrar en la élite de selecciones que aspiran a levantar la Ellis Cup. Mucho esfuerzo y sacrificio, aderezado con ese plus de orgullo que aporta a sus jugadores enfundarse la albiceleste, hicieron soñar a un país que las lágrimas derramadas por la frustración que supuso ser subcampeones del mundo de baloncesto en China podrían enjuagarse en las faldas del Fujiyama con el rugby. Pero los codazos en el rostro de un contrario salen muy caros. No es porque en este caso la víctima haya sido una estrella del rugby como Owen Farrell, sino por la brutalidad o, por qué no decirlo, la falta de fair play con que Tomás Lavanini arremetió contra el centro inglés para derribarlo o noquearlo, ¡quién sabe!. Ese choque hizo no sólo que saltaran chispas; también sirvió para que afloraran todas las dudas que ha sembrado históricamente el rugby argentino. Al segunda línea le han dejado en el rincón de pensar hasta el 1 de noviembre y a su selección sentada en el diván para hacer autocrítica y psicoanalizarse. Lo mejor es hacerlo con calma porque hay tiempo y, sobre todo, porque hay mimbres.
Japón no ha sido el territorio donde Los Pumas se hayan sacudido la etiqueta que parece llevar grabada en su camiseta desde hace lustros: ser la Italia del sur, esto es, una selección capaz de dar algún susto de vez en cuando a las grandes potencias pero sin tener una continuidad que les haga ser respetados como se merecen por la calidad de sus jugadores. Y es que después de disputar el tercer y cuarto puesto en el último mundial han caído por segunda vez en primera ronda. Así que sólo les queda ya pensar en 2023. Después de frotarse los ojos y recordar lo que ha ocurrido en Japón como una mala pesadilla, Argentina debe de levantar la cabeza y volver a instalarse en el top 5 de selecciones, un lugar del que ha quedado alejada por una errática política en los despachos de los directivos de la UAR.
Centrarse sólo en lo que ocurrió en el partido contra Inglaterra sería lo más parecido a escurrir el bulto. A lo largo de la historia los argentinos se habían enfrentado al XV de la rosa en 24 ocasiones y sólo habían ganado cuatro. Las estadísticas son igual de decepcionantes para los suramericanos cuando compiten con las otras potencias del hemisferio norte. Con todas tienen saldo negativo, salvo con Escocia: nueve triunfos frente a nueve derrotas. Todas las dudas que rodearon a un equipo que llevaba un año bastante malo afloraron contra Francia, con críticas infundadas al árbitro incluidas, y fueron imposibles de disimular contra Inglaterra. Durante el fatídico partido el árbitro ya había advertido con severidad de que no iba a permitir acciones antideportivas al capitán argentino Pablo Matera tras un placaje retardado al medio de melé inglés a todas luces innecesario.
Ya para entonces a los Pumas se les veía ansiosos. Era un encuentro a vida y muerte, esos en los que los argentinos mejor se mueven, pero algunos se los tomaron al pie de la letra. Lavanini se hizo expulsar en una jugada sin aparente peligro tal vez en un intento fallido de lanzar a los ingleses un mensaje inequívoco de que iban a sudar sangre, sudor y lágrimas para avanzar cada centímetro. Error fatal. Su incontrolada dureza se vio castigada con una tarjeta roja de libro. Era el punto y final a un año de despropósitos en una selección donde sus jugadores exhibieron orgullo a raudales pero donde las decisiones tomadas fuera del campo abrieron heridas que, por lo que se pudo ver en el campo, aun ni han cicatrizado.
El cuarto puesto en el último Mundial, la irrupción de una franquicia argentina en el Super rugby y la experiencia de jugadores que disputaban ligas tan competitivas como la francesa o la inglesa hacía albergar muchas esperanzas y mantener encendida una llama que poco a poco se ha ido apagando por decisiones que con el paso del tiempo se antojan desafortunadas o, si se quiere hace más sangre, equivocadas. Resultó sintomático que sin ninguna explicación lógica Mario Ledesma, el seleccionador argentino, quitara la capitanía a Agustín Creevy en favor de Pablo Matera. A simple vista la decisión resulta intrascendente desde fuera pero un rápido análisis invita a la reflexión. Creevy, que este mundial ha batido el record de caps con los Pumas, llevaba cinco años como capitán. Fue arrebatarle el brazalete y empezar a perder partidos. En concreto los cuatro que disputó Argentina en las ventanas de noviembre. Para colmo, su sustituto, anunciaba al poco tiempo de acceder a la capitanía que tras el mundial se iba a jugar a Francia con el Stade Française .
El enfermo estuvo en planta varios meses antes de ingresar en la UCI. Los síntomas iban poco a poco haciéndose inequívocos. Antes de acudir al Mundial la UAR optó por prescindir de su staff técnico a Gonzalo Quesada, un entrenador que había llevado este mismo año a los Jaguares a disputar la final del Super rugby y que en su día llevó a Stade Français a ganar el TOP 14. Los resultados tampoco acompañaban. Es cierto que en 2018 consiguieron vencer por primera vez en la misma edición del Rugby Championship a Australia y a Suráfrica pero la hazaña quedó borrada de un plumazo en Salta en el partido de vuelta contra los australianos Hay quien ve en aquel encuentro el germen de la enfermedad. En aquella ocasión los Pumas se dejaron remontar 24 puntos de ventaja que habían obtenido en la primera mitad. Más síntomas: en la edición de este año ni una sola victoria.
Con un balance paupérrimo Argentina acudió a Japón sumida en un mar de dudas, La elección de sus 31 jugadores para la cita mundialista fue problemática, por no decir traumática. Más de la mitad de los hombres elegidos por Mario Ledesma no habían jugado nunca un mundial, aun así las críticas se centraron sobre todo en los jugadores que quedaron fuera y que son auténticas estrellas en sus equipos: Facundo Isa (Toulon), Santiago Cordero (Exeter Chiefs), titular en el equipo que quedó subcampeón de la liga y considerado el mejor ala de Inglaterra o Juan Imhoff, otro ala que se hincha a meter ensayos en el TOP 14 con el Racing de Paris.
No se puede hablar de ventajismos porque las críticas se hicieron con anterioridad, lo que ocurre es que el nivel de decibelios ha aumentado considerablemente con los malos resultados. Dejar fuera del mundial a Joaquín Díaz Bonilla, el apertura que rozó la gloria con los Jaguares, era como echar más sal en la herida. Tampoco ayudó a apagar fuegos la no inclusión de Sebastián Cancelliere y llevarse a otros jugadores menos hechos a nivel internacional como Rodrigo Bruni o Juan Cruz Mallía, cuya presencia en la selección se antoja imprescindible para la cita mundialista de 2023 en Francia y muy temprana para Japón. Tampoco está bien visto señalar a los culpables con el dedo. Y eso fue lo que hizo Ledesma dejando en el banquillo a Nicolás Sánchez frente a Tonga o excluyéndolo de la convocatoria frente a Inglaterra. El resultado fue que un centro como Jerónimo de la Fuente acabó jugando de apertura. Más sangrante fue el caso de Agustín Creevy, que batió el record de caps con la albiceleste saliendo del banquillo.
Si como dice Ledesma el mundial de 2023 ya ha empezado para Argentina, atrás deben quedar todos los chismorreos surgidos durante la concentración sobre las preferencias de los jugadores hacia otro seleccionador como Quesada, también conocido como Speedy Gonzalo por la rapidez con que chutaba a palos, o la mala relación entre algunas de sus estrellas. O sea, los típicos cotilleos malintencionados que surgen siempre tras una decepción mundialista. A corto y medio plazo los argentinos tienen ya una difícil tarea por superar: mejorar su décimo puesto actual en el ranking de selecciones antes del mes de mayo de 2021. El por qué es muy sencillo de explicar. El sorteo de grupos en una cita mundialista se hace dos años antes. Si los Pumas siguen por debajo de las tres selecciones del hemisferio sur y de las cuatro de las Islas Británicas y Francia el bombo les tiene reservado otra vez su sitio en otro grupo de la muerte con el riesgo de eso conlleva de volver a ser eliminados en primera ronda. Para escalar posiciones sólo tienen tres citas en 2020: las ventanas de julio y noviembre y la Rugby Championship. Difícil pero no imposible para un grupo de gente que se rompe el alma si es preciso en cada partido.